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Entrevista a Nando López, autor de Nunca pasa nada

"Nuestra adolescencia es beligerante, comprometida, honesta; los conocemos demasiado poco"

 

Nunca pasa nada surgió en un taller con los intérpretes y con la compañía Acciones imaginarias, ¿en qué consistió el proceso de trabajo?

Surgió a partir de conversaciones, debates y ejercicios teatrales realizados con el equipo de jóvenes que da pie a la función. Con la ayuda de su directora, Eva Egido, pude plantearles temas y situaciones sobre las que me interesaba hablar y, sobre todo, escuchar su visión de su día a día, de la realidad en la que se desenvuelven. Ante todo, les pedimos sinceridad y que nos permitieran asomarnos a todos los prejuicios que creen que pesan sobre su generación. Fue fascinante escuchar sus voces, sus experiencias, enriquecernos con ellas y poder construir una obra que, pese a ser ficción, está tejida de vivencias cotidianas, reales, próximas... Para mí fue un proceso fascinante, ya que todos los actores y actrices que participaron se volcaron con una generosidad infinita y abrumadora. Su voluntad de contarse era tan palpable que necesitaba escribirles esta obra que nació, realmente, por y para ellos.

¿Qué has querido contar en Nunca pasa nada?

Quería hablar de lo que ya se anuncia en su título: cómo los momentos más decisivos en nuestra vida y, en concreto, en nuestras relaciones pueden ser los aparentemente menos trascendentales. Es una obra donde no ocurre ningún gran hecho, todo es una suma de situaciones minúsculas y reconocibles que, sin embargo, dejan tanto poso en los personajes como lo hacen en nuestras vidas ciertos recuerdos que, poco a poco, acaban erosionando la pareja, la familia, la amistad... En el fondo, esta obra ahonda en los dos temas que son el gran eje  de toda mi literatura: la identidad y la comunicación. La necesidad de buscarnos (y la lucha por no traicionarnos en ese proceso) y la voluntad de hacernos oír (aunque no siempre sepamos decir ni escuchar). En este caso, esos temas se abordan desde la mirada de la llamada generación millenial, pero su lectura creo que es atemporal.

Cuando hablamos de adolescencia parece que solo destacamos su complejidad y problemática. ¿Cómo ves tú la adolescencia? ¿Cómo es la adolescencia de hoy?

Creo que los adolescentes tienen una mirada mucho más autocrítica y profunda de la que habitualmente se cuenta. Esa es una constante en mis novelas y en mi teatro: desterrar tópicos y hablar de que la adolescencia es una edad tan diversa y compleja como cualquier otra. No se pueden resumir en una serie de prototipos y merecen que los miremos de frente, que la cultura -y, por supuesto, dentro de la cultura incluyo el teatro- los mire de frente. Nuestra adolescencia es beligerante, comprometida, honesta. Los conocemos demasiado poco y hay gente que tiene mucho (y muy bueno) que decir.

Acciones imaginarias dice: "Deseamos que los jóvenes consideren que ese patio de butacas y ese escenario les pertenecen, que sientan el teatro como un espacio tan propio como sienten las series en streaming o los videojuegos". ¿Se puede competir con las las redes sociales, los móviles, los vídeojuegos...?

No se trata de competir, sino de convivir. Todas realidades forman también parte del mundo adulto, pero nos resulta más cómodo creer que la adicción al móvil o a las redes sociales es un fenómeno adolescente, por ejemplo. Y nos quejamos de ello en nuestra cuenta de Twitter mientras buscamos un gif para ilustrar nuestro tuit en nuestro móvil... Hemos perdido la perspectiva y nos hemos vuelto, al menos mi generación, demasiado prejuiciosos. Como si nunca hubiéramos tenido esa edad... Y, en cuanto al teatro, lo único que necesita un adolescente es una buena historia y una entrada asequible, que el teatro sea algo a lo que pueda aspirar, que forme parte de su mundo y que le hable de lo que le sucede. En mi caso, he tenido la suerte de vivirlo con obras como La edad de la ira o #malditos16, que han sido vistas por miles de jóvenes dentro y fuera de España. No hay por qué competir con Netflix: solo hay que tomar ejemplo y contarles historias que les importen. Como hacen ellos.

En tus novelas y obras abordas asuntos como la homofobia, el acoso escolar, el suicidio... temas duros pero que atañen a la juventud. ¿Agradecen los adolescentes esta libertad, esta sinceridad?

Sin duda, necesitan esa verdad y, sobre todo, que se les hable sin moralina, sin condescendencia. En el caso de Nunca pasa nada, eso se lleva al límite en tanto que ni siquiera hay una verdad dramática: cada personaje tiene su versión de los hechos y será al final el público quien construya su versión de la historia. En la obra hablamos de cómo esa homofobia y ese machismo siguen siendo realidades cotidianas, por ejemplo, pero huimos de la lección moral: el teatro no debe ofrecer respuestas, sino plantear preguntas. Y cuando se habla de y hacia los jóvenes es esencial mantener abierto ese interrogante: no quieren que la ficción les dé más clases de las que ya tienen, quieren que los emocionemos, que los provoquemos, que los interpelemos y, en definitiva, que los tratemos como espectadores críticos, que es lo que son. Por eso escribir para adolescentes es un reto (su sinceridad es brutal) pero también una de las experiencias literarias más gratificantes que conozco.

Foto: Lourdes Cabrera.

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